Aproximación al contexto de la Teología de la Gracia en Santo Tomás

Segundo Pérez López (1)

Resumo

Este artículo traza la trayectoria de la doctrina sobre la Gracia, desde San Agustín hasta la Escolástica, principalmente con Santo Tomás. Enfoca el aspecto antropológico del problema de la Gracia tratado por el Obispo de Hipona como regeneradora del corazón dividido por el pecado, en oposición al naturalismo pelagiano. Muestra la visión antropológica sobrenatural del Doctor Angélico, que proporciona una visión científica – aristotélica – del hombre perfeccionada por la gracia: Es el ser humano en cuanto imagen creatural de Dios que pasa a ser asumido por la gracia, tornándose hijo y amigo de su Creador. Por último se explican las consecuencias del voluntarismo “scottiano” en la doctrina de la gracia. 

Abstract

This article outlines the trajectory of doctrine concerning grace, from St. Augustine to the Scholastics, principally that of St. Thomas. It focuses on the anthropological aspect of the problem of Grace treated of by the Bishop of Hippo as a regenerator of the heart divided by sin, in opposition to Pelagian naturalism. It demonstrates the supernatural anthropologic vision of the Angelic Doctor, which affords a scientific vision – aristotelic – of man perfected by grace; the human being as a created image of God which is assumed by grace, becoming son and friend of his Creator. Finally, the consequences of “scottian” voluntarism in the doctrine of grace are explained.

Introducción

El pensamiento de Santo Tomás de Aquino (2) es el punto de referencia obligado para la comprensión filosófica del humanismo, como base y punto de encuentro de toda promoción del hombre; el humanismo cristiano, que tiene sus características peculiares, mantiene la pretensión de ser el humanismo más integral; y, dentro de él, el humanismo tomista, que implica un estilo de pensar y concebir al hombre en la perspectiva de Santo Tomás (3) .

Son como tres dimensiones llamadas a fundirse en una sola perspectiva, aportada por la filosofía y la teología tomista. Santo Tomás es el arquitecto que elabora una antropología, desde las exigencias de una ontología, y a la luz de una teología, desde la cual el hombre, en su profunda realidad, es imago Dei, síntesis del universo, y en definitiva es un proyecto de Dios (4) . La perspectiva tomista se revela como la verdad toda entera sobre el hombre. El proyecto de Dios sobre el hombre comienza su realización en el primer hombre, y llega a su plenitud en el hombre Jesús de Nazaret, que es hombre verdadero y Dios verdadero (5) . Para Tomás todo hombre está llamado a realizarse en plenitud, pero esto no lo logra sino en la medida en que se conforma con Jesucristo, del cual se dice con toda verdad: Ecce homo (Jn, 19,5).

El humanismo se revela un tema central, en el cual confluyen todos los problemas de la antropología. Es un tema urgente, candente, porque el hombre actual está en peligro. Apenas sin advertirlo ha llegado a una situación inhumana, porque pierde su alma, olvida su identidad, y va errante por sendas extraviadas (6) . En definitiva, el tema del humanismo es el dilema de Hamlet, ser o no-ser del hombre.

El humanismo cristiano no puede resignarse a ser tenido como uno más entre los muchos, ni contentarse con correr paralelo a los diversos humanismos, porque mantiene su convicción de estar llamado a ser el humanismo capaz de integrar todo lo que implica la humanidad del hombre, la verdad toda entera sobre el hombre, es decir el humanismo en sentido pleno (7) .

1. Antecedentes: La Teología de la gracia como antropología

La teología latina de la gracia es antropológica y de carácter personal subjetivo. En occidente, desde S. Agustín, se produce una reducción antropológica en la forma de enfocar el misterio de la gracia y, dentro de esta línea, estudia principalmente la regeneración interior del hombre pecador. La gracia se considera una ayuda, una medicina, un impulso a favor de la libertad humana. Por primera vez el hombre comienza a preguntarse el qué de la gracia y por las razones de su necesidad. Al mismo tiempo se insiste cada vez más en la gratuidad de la salvación. Anteriormente no se presentó ningún conflicto teórico ni práctico entre el “ser hombre” y “ser salvados en Cristo” por gracia, en esta última se veía la perfección de la misma libertad humana. Ahora el binomio gracia-libertad se hace problemático. Desde un punto de vista psicológico comienza a preocupar la pregunta ¿qué puede hacer la libertad humana con o sin la gracia? Siempre con vistas a la salvación. Las respuestas son contrapuestas y se inicia un movimiento dialéctico en la historia del tratado (8) .

Los autores que describen la patrística oriental como inspirada en la teología de San Juan, explican la corriente latina como derivación de S. Pablo. Y fijándose en los distintos aspectos de la gracia, hablan en nuestro caso de una gracia “sanante” en relación a la gracia “elevante” que desarrollaría la teología oriental (9).

En Occidente la teología de la gracia queda prácticamente configurada en el pensamiento de S. Agustín: es el gran Maestro de la Antigüedad sobre estos temas. Su figura, incluso, será durante muchos siglos bandera disputada en este campo por unos y otros. El “sistema” agustiniano de la gracia -si podemos llamarlo así- surgió circunstancialmente como respuesta teológica al Pelagianismo y Semipelagianismo. Es necesaria, pues, una alusión a los mismos como clave interpretativa de la doctrina de S. Agustín, como preludio de toda la teología occidental. Santo Tomás sabrá enhebrar magistralmente esta tradición agustiniana con la metodología aristotélica (10).

2. El naturalismo religioso de Pelagio

Con el nombre de Pelagianismo designa la teología una posición herética dentro del círculo de problemas de la gracia y la libertad, El movimiento se remonta al monje británico Pelagio, que hacia el 400 inculcó en Roma una rigurosa espiritualidad bíblica con fuerte rasgo voluntarista (11) . Su doctrina fue difundida por sus discípulos Celestio y Julián de Eclano. En la controversia con el Pelagianismo, cuyos detalles históricos no podemos exponer aquí, el papel decisivo correspondió a Agustín (12). El estudio del Pelagianismo interesa no tanto como suceso histórico, cuanto como manera de concebir la libertad del hombre y la gracia.

El Pelagianismo es un movimiento naturalista desde el punto de vista religioso, aun dentro de su aparente ortodoxia cristiana. Pelagio apoyándose en algunos textos del mismo Pablo sobre el poder de la libertad del hombre y de la gracia propugna una especie de estoicismo cristiano. Los historiadores del dogma ven en el Pelagianismo el fruto de un moralismo rigorista o la consecuencia de la reacción contra el fatalismo maniqueo. Pero quizás se explique por si mismo: el cristianismo de todos los tiempos está constantemente tentado por la fascinación que supone construirse el propio destino por encima de cualquier recurso a lo trascendente, y de la lógica objetiva del bien y del mal. Desde este punto de vista la herejía pelagiana no sería más que una cristalización histórica de la constante naturalista del espíritu humano.

Los principales puntos doctrinales del pensamiento pelagiano son los siguientes:

a.- La verdadera gracia que Dios ha dado al hombre es su libertad. Una vez recibido el don del libre albedrío, es asunto del hombre usar de él rectamente. Como él es responsable de toda su situación, no hay santidad a la que no pueda llegar, si tiene el valor de quererlo. Julián de Eclano dirá que por la libertad el hombre es “autónomo”, incluso frente a Dios.

b.- El hombre goza de un perfecto equilibrio moral, y el cambio, introducido por el pecado, no afecta a su naturaleza, sino a su mérito. El pecado original fue un asunto exclusivamente personal de Adán que para nada influye en sus hijos; Adán fue un padre poco ejemplar, pero sin mayor trascendencia. El hombre fue creado por Dios, así mortal y con su concupiscencia. Cuando peca se hace culpable de su mala acción; perdonada ésta, vuelve a su perfecto estado, sin ninguna inclinación morbosa hacia el mal o debilitación de las fuerzas de su libertad. La ética pelagiana lleva en sí el germen de un idealismo moral rígido y exigente.

c.- Para la rectitud moral y la misma santidad no se requiere, pues, ningún influjo interior de la gracia. El Evangelio sólo ayuda a cumplir mejor los mandamientos divinos y la ley natural; facilita, no posibilita, Es un absurdo o una humillación indebida pedir a Dios mediante la oración la propia regeneración. Esto es cosa nuestra. La única gracia propiamente dicha es el perdón de los pecados, en cuanto el hombre es responsable de los mismos y no existe excusa alguna que disminuya la responsabilidad humana ante Dios; pero aun el perdón divino el hombre lo puede conseguir por la penitencia.

3. S. Agustín o el “poder” de la gracia

La afirmación fundamental de la libertad del hombre, como un poder propio, sin duda creado, pero plenamente autónomo, que por sí solo es capaz de cumplir la ley de Dios, provocó la intervención de Agustín, pues semejante tesis venía a negar la necesidad de la gracia para un cumplimiento natural y salvífico de la ley moral, y no tenía en cuenta la doctrina del pecado original y sus consecuencias.

En occidente, antes de que pudiera realizarse una formulación ecuánime sobre la gracia, Pelagio desvió la atención hacia un planteamiento herético de tipo subjetivista: ¿qué puede hacer el hombre por sí mismo y por la gracia? S. Agustín (354-430) piensa y escribe condicionado por la controversia pelagiana. De este modo la teología de la gracia, evolucionó hacia una teología psicológica. De ahí que la teología agustiniana de la gracia sea poco sistemática y compleja (13) , pero pueden distinguirse algunas líneas maestras que la configuran profundamente:

a.- La parte que corresponde a Dios y la parte que corresponde al hombre en la salvación, y la armonía entre la gracia y la libertad forman el núcleo central de la doctrina de Agustín (14).

El hombre, a consecuencia de Adán (15) , apartado de Dios, es incapaz por si mismo de resolver el gran conflicto entre la carne y el espíritu. La voluntad está dominada por el mal de tal manera que le es imposible al hombre realizar el bien aunque lo desee, si no lo libera la gracia de Cristo. La humanidad, por el pecado de origen y los pecados personales, es como una “masa sin remedio” (massa damnata), objeto de condenación. De la condición del hombre antes del pecado sólo queda una ligera noción de lo que es bueno y un deseo insaciable del bien (16) . La voluntad libre que Adán poseía antes de la caída y por la que podía realizar siempre el bien desapareció con el pecado. ¿Puede el hombre, en estas condiciones, obtener por sí mismo la salvación? Sólo por la gracia de Dios, responde Agustín en contra de Pelagio (17) .

Dios ofrece por su misericordia al hombre la posibilidad de salvarse. Esta es su gracia. Ante ella el hombre no está en situación de indiferencia, como si de él sólo dependiera aceptarla por la fe o rechazarla. Si así fuera, todo dependería en último término del hombre, y no de Dios. El hecho mismo de que el hombre acepte la gracia divina es obra de la misma gracia (gratia operans, gratia preveniens).

b.- La gracia significa algo distinto en Agustín y en Pelagio. Para Agustín no coincide con la libertad humana, ni es una ayuda exterior al hombre, sino un impulso interior divino que lo sana y lo eleva, que le da la misma posibilidad de querer y realizar el bien. “Dios -decía Pelagio- me ha dado la existencia; y es asunto mío obrar rectamente”. Agustín responde que la gracia en el sentido auténtico es otra cosa, es la ayuda interior por la que Dios mismo obra en lo íntimo de nuestra libertad para que usemos bien de ella. Agustín cita contra él las palabras de Juan 15,5: “Sin mí nada podéis hacer”, y comenta: “Cristo no dijo: “Sin mí difícilmente podréis hacer”, sino “Sin mí no podéis hacer nada”. Para apoyar su tesis, Agustín, recurre a múltiples textos de la Escritura: Dios tiene en su mano el corazón del rey (Prov 21,5); nos da el querer y el hacer (Flp 2,12-13); todo buen pensamiento, todo piadoso deseo (2Cor 3,5) y, con más razón, una larga perseverancia en el bien, son dones de la gracia.

c.- Lo gratuito es, pues, lo más necesario para el hombre. El hombre por su pecado (en Adán o personal) se ha colocado en una situación trágica: necesita de Dios, pero por el pecado ha roto su relación con El; ahora no puede esperar más que Dios tenga misericordia. Según los pelagianos, algunos hombres pueden vivir sin pecado. Agustín, en cambio, apoyándose en Pablo, confiesa su miseria y se encomienda a la misericordia divina.

d.- La gracia divina tiene también un aspecto “cooperante” (gratia cooperans). La acción de Dios no acaba con la justificación del pecador. La concupiscencia humana se deja siempre sentir y sigue siendo necesaria la gracia divina hasta la última hora del hombre, porque el pecado nunca queda plenamente superado en esta vida. El hombre justificado, sin embargo, debe colaborar con esa gracia porque sigue siendo cierto que “Dios que nos hizo sin nosotros, no nos salvará sin nosotros”. Esta cooperación no es “sinergismo”, ya que en el plano de la salvación todo depende de Dios. Pero la libertad humana, por ser una realidad positiva, está llamada a colaborar y puede afirmarse que toda acción buena es mérito mío. Lo último ha de entenderse de este modo: sin dejar yo de ser responsable de mis obras, ellas son un don que Dios me hace; sólo el pecado me constituye en causa primera, pero el pecado es la nada en el plano moral. “Cuando Dios premia nuestros méritos, no hace más que premiar sus propios dones” (18) .

e.- Dios finalmente, no pide al hombre cosas imposibles, sino que, ordenando nos amonesta que hagamos lo que podamos con nuestras fuerzas y pidamos lo que no llegamos a alcanzar  (19). La oración es, pues, parte integrante de la vida cristiana.

4. Reconocimiento eclesial de la doctrina de Agustín (20)

El pelagianismo fue condenado por la Iglesia en una carta-circular (epístola tractoria) del Papa Zósimo I (c. Junio-Agosto 418) a las Iglesias de Oriente. En ella se daba valor universal a varios cánones del Concilio de Cartago (mayo del 418) que recogían los principales capítulos de la doctrina agustiniana contra los pelagianos (21) . Tres son los cánones célebres de Cartago sobre la doctrina de la gracia que recoge la carta del Papa:

Canon 3º: La gracia de Cristo es necesaria no sólo para el perdón de los pecados, sino también para poder evitarlos (DS 225).

Canon 4º: La gracia no consiste únicamente en dar luz a la inteligencia del hombre, sino que transforma la voluntad y capacita al hombre para obrar lo que Dios manda (DS 225).

Canon 5º: La gracia no da sólo facilidad de cumplir los mandamientos, sino la posibilidad misma de cumplir (DS 227).
Otros cánones hablan de la realidad del pecado en el hombre y de como hasta el justo es incapaz de mantenerse libre de pecado; por ello decir “perdónanos nuestras ofendas” no es falsa humildad sino confesar la realidad verdadera que somos.

5. La Edad Media o la sistematización teológica de la gracia

La Escolástica marca una etapa decisiva en la estructuración del pensamiento teológico de la gracia. La doctrina católica adquirió desde este momento su nota abiertamente antropológica cuando la metafísica, la ética y la psicología de Aristóteles pasaron a ser la base para el desarrollo de los problemas teológicos en algunas de las más importantes Escuelas. La herencia de Agustín se deja sentir, sin embargo, con gran fuerza en esta época: con Godescalco (s. IX) se agudiza de nuevo el problema del predestinacionismo y Anselmo de Canterbury (1304-1109) en su célebre “Cur Deus homo?” sigue definiendo la gracia como “auxilio” divino a la libertad humana para poder merecer la salvación eterna (22) .

6. Un nuevo modo de hacer Teología.

Cabe señalar algunos aspectos comunes a toda esta etapa teológica: 

a.- Nacimiento de una “teología científica”: asistimos a un proceso de sistematización conceptual y a un incipiente agrupamiento de temas por Tratados. Se introduce la “quaestio” (interrogación sobre un punto particular y concreto) como método analítico para llegar a la raíz de los problemas con la consiguiente división y subdivisión de aspectos. Este hecho ha suscitado la sospecha de una preterición de presupuestos genéricos que no pueden faltar a la hora de dar una visión de conjunto. Pero aquí habría que recurrir al principio metodológico formulado por J. Maritain: “distinguir para unir”. Agotados por un excesivo análisis, no se ha captado a veces la síntesis doctrinal en que desembocan las deducciones de los grandes maestros medievales.

b.- En teología de la gracia se da una reducción metafísica de los problemas, sobre todo en la escuela Tomista, dando lugar a una teología más bien esencialista: describe más el qué que el para qué, o el cómo. Respecto a las virtudes, especialmente la teología de la fe, la Escolástica evoluciona hacia una psicología dogmática de las mismas.

c.- El Aristotelismo que pasa a ser la base cultural de la expresión teológica primeramente entre los dominicos (Sto. Tomás y su escuela), pero, desde el año 1280 aproximadamente, en especial desde Juan Duns Escoto, también entre los franciscanos, que a partir de entonces expusieron su teología de tendencia agustiniana con categorías y principios aristotélicos. La influencia de Aristóteles desplaza la atención hacia lo noético (comprensión de las verdades de la fe) desplazando un poco el centro de gravedad de lo salvífico.

d.- Se elaboran los primeros compendios de la teología, cuyos ejemplares más perfeccionados son las llamadas “Sumas teológicas”, comparadas en su campo con lo que en la arquitectura medieval son las catedrales románicas o góticas (23).

e.- Existe un pluralismo de escuelas o tendencias teológicas que según su variedad o pluriformidad enriquecen el panorama cultural, favoreciendo una expresión de libertad en el saber teológico. Las Escuelas cumplieron una misión importante mientras fueron “creadoras”, decayó su influencia, o incluso fue regresiva, cuando se enzarzaron en controversias inútiles y de interpretación sutil.

7. Una antropología sobrenatural.

Se parte de un presupuesto indiscutible, incluso como factor cultural, el de la “homogeneidad” entre lo creatural y lo divino (analogía entis): lo divino es luz indiscutible para lo humano y desde lo creatural puede el hombre remontarse hasta Dios como desde el efecto podemos individuar su causa. Se acepta lo natural (natura) como algo autónomo, incluso frente a la gracia. El equilibrio doctrinal es lo que caracteriza a las grandes síntesis ideológicas de la escolástica: equilibrio entre espíritu y materia a nivel de naturaleza (hilemorfismo) y el equilibrio entre libertad y gracia, natural y sobrenatural (el estado de gracia como sobre-naturaleza). La gracia tiende a reintegrar y perfeccionar la naturaleza, no como un factor rival a esta última. Sto. Tomas la define como “estado (habitus entitativus) sobrenatural del alma humana” (24) y la escuela franciscana la identifica con la virtud (habitus operativus) de la caridad. Todos ellos coinciden en darle un significado antropológico y “creado” en oposición a teorías anteriores, como la del mismo Pedro Lombardo, según las cuales la gracia no es otra cosa que el Espíritu de Dios que habita en nosotros (25) . Esta gracia actúa en el hombre a semejanza de la causa formal (ad modun causae formalis), y, por ser de origen divino, es ya un comienzo de vida futura (inchoatio gloriae). La salvación consiste, pues, en un cambio óntico (gracia) y psicológico (virtudes) movido desde dentro por la acción de Dios, dando lugar a un estado permanente de amistad con Él (26).

Santo Tomás distingue dos fines en el hombre: un fin natural y otro sobrenatural. Así, el bien último, según la consideración del filósofo, difiere del bien último según la consideración del teólogo, puesto que el filósofo considera el bien último que es proporcionado al ser humano, el teólogo considera como bien último algo que sobrepasa el poder de la naturaleza, a saber, la vida eterna.

El ser humano concreto fue creado por Dios para un fin sobrenatural, para la felicidad perfecta, que solamente es alcanzable en la vida futura, en la visión de Dios, y que es, además, inalcanzable por el hombre si sus propias fuerzas naturales no reciben ayuda. Pero el hombre puede alcanzar una felicidad imperfecta en esta vida mediante el ejercicio de sus capacidades naturales, mediante un conocimiento filosófico de Dios obtenido a partir de las criaturas, y mediante el logro y el ejercicio de las virtudes naturales. Esos fines no se excluyen mutuamente, puesto que el hombre puede alcanzar la felicidad imperfecta en que consiste su fin natural sin salir por eso del camino hacia su fin sobrenatural; el fin natural, la felicidad imperfecta, es proporcionado a la naturaleza y fuerzas humanas; pero, por cuanto el hombre ha sido creado para un fin sobrenatural, el fin natural no puede satisfacerle.

El hombre tiene un fin último, la beatitud sobrenatural, pero la existencia de ese fin, que trasciende los poderes de la mera naturaleza humana, aun cuando el hombre fuese creado para alcanzarlo, no puede ser conocida por la razón natural; y, por lo tanto, no puede ser adivinada por el filósofo: su consideración queda reservada al teólogo.

Así, puede decirse que el filósofo considera el fin del hombre en la medida en que dicho fin puede ser conocido por la razón humana; es decir, sólo de un modo imperfecto e incompleto. Pero tanto el filósofo como el teólogo consideran al hombre en concreto: la diferencia está en que el filósofo, aunque capaz de ver y considerar la naturaleza humana como tal, no puede descubrir todo lo que hay en el hombre, no puede descubrir la vocación sobrenatural de éste; solamente puede hacer parte del camino en el descubrimiento del destino del hombre, precisamente porque el hombre fue creado para un fin que trasciende los poderes de su naturaleza (27).

8. Tomás de Aquino o el sentido cristiano de la naturaleza autónoma.

Las distintas posturas, moderadas unas y conflictivas otras, que se desarrollaron desde San Agustín a la escolástica encuentran el equilibrio en la doctrina del Aquinate.

Se exponen a continuación algunas de las líneas más fundamentales de la teología tomista de la gracia. Dos razones nos mueven a ello: su representatividad y su influencia posterior en la teología católica. Santo Tomás (1224-1274), gran conocedor de S. Pablo y de S. Agustín, formula su doctrina sobre la gracia, lo mismo que toda su teología, desde unas bases aristotélicas. Su postura, sin embargo, es de honda fidelidad a la herencia agustiniana (primacía de la gracia) y de profundo respeto por la naturaleza como realidad autónoma. El resultado fue una percepción más adecuada del sentido de lo natural, obscurecido un tanto en Agustín, y al mismo tiempo un calibrar mejor lo sobrenatural (28).

a.- Define al hombre como imagen creatural de Dios, en cuanto por sus actos libres (conocimiento y amor) puede tender a su fin último que es Dios mismo. La realización del fin último, por ser este sobrenatural, es efecto de la gracia divina con la cual debe colaborar activamente la libertad. De todas formas el hombre, como naturaleza, no es totalmente extraño a la gracia en cuanto posee ya una “potencia obediencial” hacia ella, un deseo natural e innato de “ver” a Dios: existe realmente en el hombre una “afinidad” con lo sobrenatural.

b.- La gracia, por ello, no destruye ni anula los valores de la naturaleza libre del hombre; al contrario, sana y perfecciona. El hombre debe llegar a la salvación hacia la que apunta la gracia por la libertad. Sto. Tomás somete por ello los actos humanos a un extenso análisis preguntándose por los principios intrínsecos y extrínsecos, naturales y sobre naturales de los mismos. En esta línea es como Sto. Tomás habla de la gracia como realidad interna sobrenatural que califica los actos libres “en orden a Dios” (habitus supernaturalis)29 , principio estable de la acción recta y salvífica, dado por Dios al hombre para su salvación (30) . Tomás de Aquino entiende normalmente la gracia como don creado en el hombre, sobre todo en sentido habitual. Desde este momento la gracia se entenderá fundamentalmente así en la teología católica.

c.- ¿Cómo llega el hombre pecador a la salvación de la gracia divina? Mediante su obediencia a la Ley nueva del Evangelio: la fe. Dos aspectos integran la ley nueva: un principal, la gracia del Espíritu Santo que se nos da interiormente; otro secundario, los documentos de la fe y los preceptos que regulan los actos humanos. La ley nueva justifica únicamente el primer aspecto (31) .

d.- El deseo de gracia en el hombre se inaugura con la justificación, que Sto. Tomás define como el paso del pecado a la justicia. La justificación coincide con el perdón de los pecados (32) . Para la justificación es absolutamente necesaria una conversión psicológica, por la que el pecador comienza a amar a Dios sobre todas las cosas con amor de caridad. Normalmente el hombre va llegando progresivamente a esta conversión: el pecador adulto pasa de la fe muerta al temor servil, a la esperanza, al deseo de la salvación, hasta llegar a la caridad perfecta (33) . Tomás de Aquino llegó progresivamente a comprender que ni siquiera el primer acto hacia la conversión puede ser puesto por el hombre con las solas fuerzas naturales, sino que es efecto de la gratuita misericordia divina. En efecto, Dios no ama al hombre porque el hombre sea ya justo, sino que lo ama haciéndolo justo: en esto consiste la diferencia entre el amor creatural y el amor divino. Por eso, cuando Dios acoge al pecador, no solamente no le imputa el pecado, ni tampoco hace que su acto pecaminoso se convierta en no-hecho (lo cual es absurdo), sino que, amándolo paternalmente lo regenera a la vida filial (34). Esta regeneración se lleva a cabo en el momento de la justificación, cuando Dios infunde en el hombre un principio interior permanente de vida nueva, la gracia santificante y las virtudes. La justificación del pecador se resuelve, pues, originariamente en la infusión de la gracia “ya que por ella se mueve el libre albedrío hacia Dios y se perdona la culpa”  (35).

e.- La gracia establecida en el hombre por la justificación actúa en él (su justicia, su bondad, su santidad) no como causa eficiente, es decir como principio totalmente distinto del hombre y con poder creativo (este principio siempre es Dios) sino como causa formal (ad modum formae), como principio interior, unido vital, aunque accidentalmente, al hombre. La gracia santificante es como un principio dinámico que estimula desde dentro el desarrollo pleno del hombre (36) .

El hombre es un compuesto de alma y cuerpo, pero el alma no es la mera forma del cuerpo, que perece con él; es su forma, pero le da además el ser y la individualidad: el hombre existe y es individuo por el alma, principio de vida vegetativa, sensitiva e intelectual; cada alma posee, a diferencia de lo que sostenían Averroes y Avicena, su propio entendimiento agente y su entendimiento posible; cada alma es por lo mismo depositaria de su propia inmortalidad (37) .

Para percibir el desarrollo posterior, del equilibrio formulado por Santo Tomás, nos paramos en dos movimientos que darán pié a la ruptura de ese equilibrio: el Voluntarismo y el nominalismo. Hacemos unas someras indicaciones para dar contexto a estas breves consideraciones acerca del pensamiento de Santo Tomás sobre la gracia.

9. El voluntarismo dogmático de Duns Escoto.

En Juan Duns Escoto (1274-1308) encontramos una explicación de la justificación, y por tanto del estado de gracia, desde el punto de vista de la absoluta libertad de Dios y no tanto desde el punto de vista de la antropología. Con este enfoque, en una línea más claramente agustiniana, se pretende salvar a un mismo tiempo la inmanencia y la trascendencia de lo sobrenatural. Se rehuye la reducción de la gracia a un fenómeno de la naturaleza (aunque no sea en propiedad de la naturaleza), sometida a los postulados de la ley natural. Al mismo tiempo no se ignora que la gracia es dada por Dios para salvar la naturaleza. Escoto, fijándose en el primer postulado de trascendencia, habla de una “potencia absoluta de Dios”: Dios no puede quedar atado a lo creatural; Él -en una afirmación límite de su omnipotencia- podría introducir en la vida eterna a hombres que no tuvieran la gracia y la caridad (no olvidar que en este momento ambas se entienden como cualidades creadas del alma), aceptando sus obras naturales; y, al contrario, podría excluir de la visión celeste a las almas adornadas con ellas. LA revelación, sin embargo, nos habla de un plan histórico de salvación divina, es decir de una “potencia ordenada”: en ella sabemos que Dios sólo admite en su reino a los que están en posesión de la caridad, y Dios es fiel en sus decisiones. Pero lo que interesa recalcar aquí es que, para Escoto, lo fundamental de la justificación está en la aceptación divina; de aquí el nombre de voluntarismo que se ha dado a su sistema teológico. Dios salva eligiendo y no tanto en fuerza de una preparación humana o cualidad poseída sino por beneplácito divino (38).

La gracia para Escoto no justifica – como para Tomás de Aquino – como cualidad real en el alma, sino en virtud de una aceptación o “decreto” divino. Se introduce así una disociación entre naturaleza y gracia y una apreciación de esta última como algo exterior al hombre (39) . Se está abriendo una brecha entre naturaleza y gracia que traerá consecuencias graves para la teología católica.

10. Difícil equilibrio entre naturaleza y gracia: el nominalismo teológico.

En los siglos XIV y XV se da un progresivo distanciamiento entre la teología dogmática, siempre más intelectualística y abstracta, y la teología espiritual, que toma una dirección pietista y subjetivista, falseando en cierto modo el concepto de sobrenatural. Paralelamente, y a nivel ya de la vida cristiana, surgen dos tendencias opuestas, la espiritualista, representada por el florecimiento de los místicos renanos y flamencos (Alemania y Países Bajos) 40 , y, como reacción a la anterior, una tendencia naturalista de resonancias criptopelagianas.

La teología escolástica, alejándose cada vez más de las grandes síntesis del siglo anterior, parte de una base “voluntarista” para explicar las relaciones entre naturaleza y gracia. Los teólogos más representativos de esta época son G. de Ockam (1300-1349) y G. Biel (1425-1495). Por cierto paralelismo con la filosofía, a esta época se le ha llamado también “etapa nominalista”  (41).

Teológicamente considerado, el Nominalismo rompe el equilibrio medieval que consideraba lo mundano como reflejo de Dios (42) . Es un paso más hacia el hombre autónomo y secular. Como antropología teológica lleva hasta las últimas consecuencias la tendencia voluntarista ideando un sobrenatural sofisticado, basado en la trascendencia absoluta de Dios que puede libremente salvar prescindiendo incluso de lo que el hombre haga. Los lazos entre naturaleza y gracia quedan así definitivamente rotos. Únicamente la fe puede dar valor a nuestras afirmaciones sobre Dios. La moral no responde a una ley natural sino a la voluntad de Dios: sólo porque Dios quiere una cosa es buena o mala. Esto no reduce el campo responsable de nuestra libertad; todo lo contrario. Los actos humanos, aun los puramente naturales, podrían haber merecido la gloria, si Dios lo hubiera dispuesto así (43). La gracia, que coincide con la aceptación de Dios, es una condición, no la realidad que da entidad salvífica a los actos humanos; estos de por sí (en hipótesis) son perfectos, rectos y meritorios.

Esta postura encubre el desarrollo de una “utopía” humana: definir al hombre como autónomo respecto a Dios. En hipótesis se mantiene la idea de un hombre autosuficiente, aunque en la práctica, porque Dios lo ha querido así, deba salvarse por gracia. La gracia en este caso no deja de ser un elemento puramente exterior al hombre: la aceptación de Dios (44).

La teología nominalista ha preparado en cierto modo la doctrina luterana de la justificación. Lutero mantuvo esta concepción nominalista sobre la trascendencia y libertad de Dios, que puede justificar al hombre sin la infusión de sus dones sobrenaturales. Por otra parte, supo darse cuenta de que era imposible explicar la justificación poniendo en primera línea los actos naturales del hombre sin caer en el pelagianismo. Por ello reaccionó violentamente contra esta teología que ponía las obras humanas (según la voluntad ordenada de Dios) como motivo de salvación. Su postura fue radicalmente clara: si la justificación es un acto del Dios trascendente, la justicia no puede ser del hombre bajo ningún título sino justicia divina imputada al hombre por los méritos de Cristo (justificación forense) 45 .

Sólo la comprensión del humanismo cristiano, desde los postulados formulados por Santo Tomás, nos permite mantener el equilibrio entre naturaleza y gracia, que es realmente el problema nuclear de todo quehacer teológico hoy y siempre (46) .

1. Doctor en Teología por la Pontificia Universidad de Salamanca y Director del Instituto Teológico Compostelano
2. Para una primera aproximación a nuestro autor puede consultarse con provecho la obra de J. P. TORRELL, Iniciación a Tomás de Aquino. Su persona y su obra, EUNSA, Pamplona 2002; también sigue siendo útil la obra de J. MARITAIN, De Bergson a Santo Tomás de Aquino. Ensayos de metafísica y de moral, Buenos Aires 1946; un aportación muy valiosa en este sentido es la de A, LOBATO, “afirmación de Dios, confirmación del hombre”, en El ateismo actual y la trascendencia divina. Tercer congreso Mundial de Filosofía Cristiana, Quito 1991, vol. II pp. 23-51.
3. Una de las mejores introducciones al pensamiento de Santo Tomás sigue siendo la de F. COPLESTON. El pensamiento de Santo Tomás, Fondo de Cultura Económica, México, D. F.1960; puede verse así mismo la obra clásica de E. GILSON, El tomismo. Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona 1987; cf. así mismo el magnífico trabajo de A. LOBATO, “La humanidad del hombre en Santo Tomás de Aquino”, en AA.VV., San Tommaso d´Aquino Doctor Humanitatis. Atti del Convegno Tomistico Internazionale, Città del Vaticano 1991, vol. I, pp. 51-82. 
4. Summa Theologica, I, 75-102.
5. Ibid., III, 1
6. Cf. J. M. ROVIRA BELLOSO, “Existencia cristiana y realización humana”, en AAVV., Creí por eso hablé: retos para la transmisión de la fe, Santiago de Compostela 2007, pp. 71-87.
7. Cf. la obra de J. L. RUÍZ DE LA PEÑA, Crisis y apología de la fe. Evangelio y nuevo milenio, Santander 1995; una visión sintética de la situación actual en Ibíd., Las nuevas antropologías, Santander 1978; cf. la obra, con diversas aportaciones editada por A. LOBATO, El pensamiento de Santo Tomás de Aquino para el hombre de hoy 1-3, Valencia 1994. 
8. Una aproximación sintética a la doctrina de los Padres podemos verla en las obras siguientes: J. M. ARRONIZ, La salvación de la carne en S. Ireneo, Scriptorium. Victoriense 12 (1965) pp.7-29; P. GALIER, Le Saint-Espirit en nous d´apres le Péres grecs, Roma, 1946; J GROSS, La divinisation du chrétien chez les Pères grecs, París, 1970; A. ORBE, El hombre ideal en la teología de San Ireneo, Gregorianum 43 (1962), pp. 449-491; Antropología de S. Irineo, Madrid, BAC, 1969, pp. 89-148; G. PHILIPS, La grâce chez les Orientaux, Ephemerides Teolhogicae Lovaniensis, 48 (1972) 46-54; F. VERNET, Irenee, en DTC, VII, 2394-2533.
9. Cf. la obra de A. ORBE, Introducción a la Teología de los siglos II y III, Salamanca 1988, pp. 186 ss.
10. Ch. BAUMGARTNER, La gracia de Cristo, Barcelona 1968, pp. 64-99; A. LUNEAL, L´histoire du salut chez les Pères de l´Eglise, Paris, 1965; J. H. NICOLAS, Les profundeurs de la grace, Paris, 1969, pp. 54-71; H. RONDET, La gracia de Cristo, Barcelona 1966 pp. 63-135; A. VALSECCHI, Lettera e spirito nella legge nuova: linea di teologia patriótica, La scuola cattolica 92 (1964) pp. 483-516; también la obra de J. AUER-J. RATZINGER, El Evangelio de la Gracia, Barcelona 1975, pp. 24 ss.
11. Obras de Pelagio: Comentario a las cartas de S. Pablo, De natura, De Libero arbitrio, Carta a Demetríades, Libellus fidei al Papa Inocencio I. Hemos de advertir que la mayoría de estas obras se han perdido y por tanto la doctrina pelagiana nos ha llegado a través de los escritos de sus adversarios.
12. Sacramentum Mundi vol., V, pp. 379-383. El propagador de la doctrina pelagiana en África fue Celestio, abogado romano con gran dominio de la palabra. Julián de Eclano fue el que dio tesitura teológica al movimiento.
13. Escritos de Agustín contra los Pelagianos: De peccatorum meritis et remissione et de baptismo parvulorum (tres libros, año 411), De spiritu et littera (412), De natura et gracia (413-415), De perfectione iustitiae hominis (415-416), De gestiis Pelagii (417), De gratia Christi et de peccato originali (dos libros, 418), De nuptiis et concupiscentia (dos libros, 419-421), De anima et eius origine (4 libros, 421), Contra Iulianum (6 libros, 422), Contra secundam Iulani imperfectum opus (6 libros, 429-430). Gran parte de estas obras se encuentran publicadas en edición bilingüe en los tomos VI y IX de las Obras de S. Agustín de la colección BAC normal nºs 50 y 79
14. FORTMAN, Teología del hombre y de la gracia, p. 181.
15. Según A. Vannesta y D. Fernández la expresión “pecado original” proviene de S. Agustín (D. Fernández, El pecado original, p. 44)
16. “Nos has creado para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Agustín, una vez convertido, se opuso enérgicamente al dualismo metafísico del maniqueísmo. La naturaleza del hombre no es esencialmente mala, sino viciada por el pecado.
17. “Si a mi me preguntan si el hombre puede hallarse sin pecado en esta vida, responderé que puede con la gracia de Dios y el concurso del libre albedrío. Y añadirá sin titubear que el mismo libre albedrío pertenece a la gracia de Dios, es decir, a la categoría de sus dones, no sólo en cuanto existe, sino también en cuanto es bueno o se esfuerza por cumplir los preceptos del Señor; y así la gracia divina no sólo manifiesta lo que debe hacer, más también le ayuda a obrar según la luz que le da”, De peccatorum meritis et remissione, Obras, t. IX (BAC 79), pp. 320-321.
18. Carta 194, V, p.19.
19. De natura et gratia, 43, 50 (BAC 50), p. 891.
20. Cf. A. LOBATO, Santo Tomás de Aquino en el Magisterio de la Iglesia desde la Aeterni Patris, en Atti dell´VIII Congreso Tomistico Internazionale, Città del Vaticano 1981, vol. 3, pp. 7-28.
21. DS 225-227
22. Cf. H. RONDET, La gracia de Cristo, o. c., pp. 151 ss.; un conspectus más general en M. D. CHENU, La théologie au doucième siècle, París. 1976, especialmente pp. 108-140.
23. Vid. la obra de J. MARITAIN, Arte y escolástica. Buenos Aires, 1972.
24. Summa Teol., I-II, 110-114; Com. A las Sentencias, II, 24-28
25. PEDRO LOMBARDO, II Sententiarum, d. 17
26. S. L. PÉREZ LÓPEZ, La dinámica cristiana de la fe en la Creación – Salvación, en Lumieira, 7 (1988) pp. 11-21
27. IBID., La visión de Dios como único fin del hombre, en Estudios Mindonienses 11 (1995) pp. 13-28.
28. En Sto. Tomás encontramos ya un paso decidido hacia un concepto autónomo de la naturaleza desde el punto de vista teológico. Su doctrina, sin embargo, es un claro ejemplo de equilibrio entre ambos aspectos.
29. El “hábito” es una cualidad estable del espíritu humano, ya sea natural o “adquirido”, ya sobrenatural o “infuso” (De Veritate, 12 1arg. 12: “qualitas difficile mobilis”). El hábito significa además “una cualidad operativa en cuanto mantiene y perfecciona la capacidad de poder en el hombre; por ello conviene, si se habla correctamente, que se entienda como algo que se añade a la “potencia” del mismo modo que lo perfectivo se sobrepone a lo perfectible” (Com. A las Sentencias, II, 24, 1, 1c). Los llamados “Hábitos” no tienen nada que ver con las costumbres rutinarias del hombre: estas entorpecen el ejercicio consciente y libre de los actos, aquellos por el contrario lo favorecen. El “hábito” refuerza la voluntad libre. EL virtuoso -según Sto. Tomás- no es el rutinario, sino el que responsablemente encuentra gusto y facilidad en la realización perfecta de sí mismo y de sus actos.
30. Lo sobrenatural, como gracia en sentido creado, no puede existir más que en el hombre (Cristo como hombre perfecto y los justificados). Su presencia en la realidad humana se justifica, según Tomás de Aquino, objetivamente, es decir por el modo de ser que tiene el hombre, y no exclusivamente por voluntad salvífica de Dios.
31. Cfr. Summa. Teol. I-II, 107, 1 ad 3.
32. Ibidem, 113,1.
33. Ibidem, 109, 6; III, 85,5.
34. Ibidem, 110, 1; 113, 2.
35. De Veritate, 27,7. Cfr. Flic-Alszeghy, Antropología teológica, pp. 454-455.
36. Cf. la obra de G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia, Salamanca 1980, especialmente el cap. 7.
37. Esta preocupación es patente hasta tiempos recientes, como ejemplo véase los primeros trabajos de J. ALFARO, Trascendencia e inmanencia de lo sobrenatural, en Gregorianum 38 (1957) pp. 5-50; IBID., Persona y gracia, en ibidem 41 (1960) pp. 5-29.
38. Se manifiesta de este modo la profunda diferencia entre la concepción tomista y escotista a propósito de la justificación. Para Santo Tomás la acogida misericordiosa divina se identifica con la infusión de la gracia y la caridad, que hacen al hombre hijo de Dios. Para Escoto, por el contrario, esto no es más que condición de la acogida divina. El acto libre de Dios que acoge al pecador (esencia de la justificación para Escoto) se añade a las disposiciones humanas como algo exterior y determinante. De esta manera se da más relieve a la libertad y gratuidad del acto misericordioso de Dios, pero con ello se renuncia a hacer inteligible la obra de la justificación. Se niega efectivamente la posibilidad de explicar por qué Dios exige la caridad en el pecador que acoge como justo, es decir, por qué están infaliblemente unidos el acto con que Dios da la caridad y el acto con que Dios acoge como justo a aquel que posee la caridad. Cfr. FLICK-ALSZEGHY, o.c., pp 455-456. No todos los teólogos son de la misma opinión y hay quien afirma que, desde el punto de vista del acercamiento entre católicos y protestantes, la línea de Escoto es más viable que la tomista. Cfr W. DETTLOFF, en CFT, II, p. 489.
39. El nominalismo y más tarde el Protestantismo ahondarán, cada uno a su modo pero con ciertas coincidencias, en esta doble dirección.
40. Eckart (1260-1327), Ruysbroeck (1293-1381), Tablero (1295-1365).
41. Como sistema filosófico niega el valor de los universales para reflejar la realidad concreta; el universal es flatus vocis nada más.
42. Consecuencia lógica de la crisis metafísica y de la revisión crítica de los argumentos de la teología natural.
43. Tenemos formulado de nuevo un pelagianismo utópico, es decir, el hombre es integro en sí, si Dios lo acepta positivamente (hipótesis no real por considerarse al hombre pecador). Pero fuera de esa hipótesis el hombre podría hacer todo lo bueno, cumplir con toda la ley, etc. Los lazos entre naturaleza y gracia quedan reducidos solamente al recurso de la voluntad de Dios.
44. El nominalismo tiende a yuxtaponer los contrarios: pecado-salvación, gracia-condenación. Pero con ello se ensancha más la separación entre naturaleza y gracia, aunque se pretenda resaltar la libertad y gratuidad divinas. La teología anterior, en cambio, establecía un vínculo “espontáneo” entre naturaleza y gracia, teniendo en cuenta también la libertad de Dios.
45. Cf. R. GARCÍA VILLOSLADA, Raíces históricas del luteranismo, Mdrid 1978, especialmente las pp. 97-134.
46. Cf. el trabajo de A. LOBATO, Antropología y metaantropología. Los caminos actuales de acceso al hombre, Antropología e cristologia ieri e oggi. Atti del Convengo di studio della SITA, Roma 1987, pp. 5-41.

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